Le manchaba los dedos de harina al entregarle el paquete, pero daba igual, Ana lo recogía entusiasmada, porque sabía que eran unos bollos especiales, un lujo en esos años de posguerra. Como siempre, se los entregó a su madre que hizo el reparto habitual, llevándose el bollo más grande a su cuarto.
En una ocasión, Ana se encaprichó del bollo grande, y al morderlo encontró en su boca restos de papel escrito. Su madre al echarlo en falta dentro del paquete, entró en pánico y pensó en huir de la casa. Tardaron unas horas en descubrir que los dientes de Ana se llevaron el mensaje semanal del marido huido.