“No podremos salir del castillo hasta el próximo Halloween”, susurró Laura al borde del llanto.
“No seas quejica”, replicó Iván, “estoy seguro de que papá y mamá nos encontrarán”.
Pero sus palabras fueron solo un intento baldío para animarse. La trampilla del foso de aquél viejo castillo había cedido, en esa maldita noche de máscaras y calabazas.
Se miraron fijamente a los ojos.
“Lo peor de todo es que a este paso, no podremos escribir la carta a Los Reyes Magos” dijo Laura.
“Sí…” dijo ensimismado Iván, “eso es lo peor”.