Publiqué este texto en septiembre de 2.016. Hoy 25 de noviembre de 2.017, me parece un día apropiado para republicarlo.
Solo fui feliz contigo unas pocas semanas. Cada uno desempeñaba su papel, como si de un guión se tratase, escrito por el más rebuscado guionista. Tú, yo y nuestra hija. Tú papel era el de maltratador y el mío el de mujer sumisa, desde que hace mucho tiempo, escuché a mi madre decirme, “hija, ten paciencia, es normal…” o “algo habrás hecho”. Por eso desarrollé un sentimiento de culpa que me ha acompañado toda mi vida. Siempre humillándome. Siempre anulándome.
Recuerdo el primer día que me pegaste, venias bebido del bar y me acusaste de tener miraditas con mi primo Ezequiel. Y me creí mi papel hasta el último día. Sin embargo, no fui capaz de buscar soluciones sujeta como estaba a las miradas de la gente del pueblo y a los comentarios y a la falta de apoyo de mi madre y sobre todo al miedo sobrecogedor que te tenía, pero teníamos una hija maravillosa que me compensaba con creces.
No olvido el día que vino del colegio y yo estaba aún sangrando por la nariz. Recuerdo su carita de pena y sus abrazos. Y recuerdo –como no- mis mentiras…”ay niña mamá ha tropezado con la puerta, que torpe soy…” y hasta sonreía para dar más fuerza a mi engaño.
Nunca fui capaz de hablar con mi hija, ni siquiera de adulta, me daba miedo y por qué no decirlo me daba vergüenza, mucha vergüenza. El día que mi pequeña ya hecha una mujer me preguntó “¿mamá que te pasa, tienes una tristeza permanente en tu mirada?” “¿mamá hay algo que quieras contarme?”… “No pasa nada, son cosas de la edad”, la contesté mintiéndola… a mi propia hija…
Ahora liberada de ti por el destino, abro la botella de anís y bebo una copita. Visto de luto pero sonrío por dentro. Tal vez no sea lo correcto, pero es lo que me pide el corazón y ahora descanso como hacía años. La gente me mira con cara de pena, me besan, me abrazan y yo les sigo la corriente. Por fortuna, el destino ha decidido por mí, puede que bastante tarde, pero no me quejo y se lo agradezco.
Solo me falta hablar con nuestra hija y confesarle mi sufrimiento silencioso. O quizás no deba hacerlo. Tal vez la deje tener el recuerdo de un padre muy diferente del que realmente fue. Tal vez sea mejor llevarme el secreto conmigo.
Y mientras lo pienso, me voy a tomar otra copita de anís.
Emocionada con tu texto, que desconocía, y viene hoy caído del cielo … «mamá ha tropezado con la puerta» ¡Cuántas realidades habrá como ésta!
Abrazo grande
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Gracias Úrsula, me temo que hay muchas realidades así y no ahora, sino de siempre.
Me gusta haber sido capaz de emocionarte con este texto.
Un abrazo.
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¡Pues sí, me emocionaste!
Un fuerte abrazo Carlos
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Un texto lleno de emociones realmente duras!
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La verdad es que siendo un texto de ficción, estoy convencido que se asemeja a muchas de las realidades de las mujeres que sufren maltrato. Un abrazo.
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Wow Carlos..!
Que palabras más sentidas… a veces se habla de los golpes como lo peor, y realmente son muy malos, sin embargo cualquier cosa que nos anule y nos quite el brillo de la mirada es terrible. A veces pareciera que porque otro lleva un anillo con nuestro nombre, es el que está en el poder de cuántas veces indicarnos cuando respirar y cuando no, Cuando sentir y no hacerlo… en fin tú texto republicado me ha recordado que en cualquier situación podemos decir: ‘¡ya basta!”.
Un gran abrazo.
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Gracias Awilda, celebro ser capaz de transmitir con mis palabras unas emociones tan complejas.
Me ha gustado tu frase de «quitar el brillo de la mirada» es muy descriptiva.
Un abrazo.
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Pues celébralo con todo gusto, porque eres de lo que tienes esa capacidad.
Una mirada que no brilla, refleja un alma medio muerta (de como es…)
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Gracias de nuevo
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Muy bueno
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Gracias, la intención no es otra que aportar un pequeño granito de arena en este día.
Un abrazo.
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No lo había leído. Otra triste realidad, y además tocas un tema del que se habla mucho, el «¿por qué no denunció antes? Has representado muy bien la situación de muchas mujeres, es muy bueno.
Abrazote.
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En este caso la protagonista es ya una señora de cierta edad. Si ahora el tema de las denuncias está súper sensible, imagina hace 25 años debía ser poco menos que imposible. Un abrazo Luna.
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En esa época la incomprensión y el encubrimiento social de los malos tratos y las dificultades para emanciparse de una mujer, muchas, como tu protagonista, vivieron en una cárcel sin barrotes.
En verano escribí un relato con una protagonista similar a la tuya: una mujer que aguantó malos tratos por los hijos y la presión social, que se queda viuda. Qué casualidad, ¿verdad? Aunque el final es diferente.
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Hay mujeres que han llegado a sanarse de una enfermedad que nadie entendía, solo después que los maridos mueren… ciertamente para pensar!
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No me extraña ni un poco. Tiene que ser muy duro…
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Imagino que esas historias fueron muy comunes. Sobretodo en ámbitos rurales donde ni la familia apoyaba por el absurdo del «qué dirán». Al final resulta que es la propia vida la que decide por ella. Triste sin duda.
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Qué bonito (y triste, obviamente). No recuerdo haberlo leído y tengo la sensación de que nos leemos desde hace más de un año, ¿no? (quizás el tiempo transcurre diferente en wordpress, no sé).
Enhorabuena, me ha encantado y el guiño con lo de la copita de anís es genial. ¡Cuántas abuelas habrá que celebren internamente, mientras portan un luto perpetuo por fuera!
Una abraçada, Carlos 🙂
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Yo creo que nos leemos hace mucho pero la verdad no podría ponerle fecha. Dado el día que era hoy me pareció muy oportuno este texto. Lo de la copita de anís fue una pequeña licencia porque a mi abuela le encantaba el anís aunque por fortuna ella fue feliz con mi abuelo.
Buen resto del finde. Una abracada Lidia.
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De ojos muertos en vida sabemos mucho, aunque sean de un azul intenso.
Nada duele más que un hijo y por ellos igual se cogen caminos que no convienen
Besos Carlos
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Cierto Margui, la tristeza de la mirada no tiene un color predefinido.
Por los hijos hacemos de todo. Con aciertos y errores. Incluso caminos equivocados tal vez sostenidos en el miedo, en nuestro miedo y en el miedo hacia ellos.
Imagino que en esos casos uno no puede tener la mente lo suficientemente lúcida para reaccionar en frío. Y más si carece de apoyo.
Disfruta del resto del finde. Un abrazo Margui.
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Sabes que pasa ahora? Que si te dan la primera hostia ya sabes que te están maltratando, hay mucha información y ayuda, pero el maltrata psicológico es otra cosa, solo lo vemos los de afuera. A las jovencitas les cuesta y van de cabeza a una vida de mierda.
La mirada es la misma en los dos casos
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Lo vemos los de afuera porque no estamos implicados emocionalmente en la relación. Yo lo he vivido con mi hermana y cuando se lo dije salió por peteneras como si le hablara un marciano. Por suerte el tiempo la convenció.
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Tengo una amiga de mi hija, 15 años. Hablaron las niñas con ella, yo también. No ve nada. No quería pero debo hablar con sus padre y lo peor es que sus padres están encantados. Es el yerno perfecto.
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Creo que haces bien, pero te vas a meter en un terreno pantanoso, aunque a veces no hay opción.
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Bueno, la cagaré fijo, pero tengo dos hijas y hay que dar ejemplo.
Besos
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Recuerdo la emoción que me causó la lectura de este relato y creo que es un acierto publicarlo hoy de nuevo. Un abrazo.
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Gracias Carlos, lo escribí hace más de un año con mucha intensidad y conforme se acercaba el día 25 de noviembre creí que era un sencillo homenaje a tantas historias como la de esta mujer. Da igual el entorno o la edad. Tienen el dolor como punto común que las une. Un abrazo.
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Hay copitas de anís que encierran toda una vida. Me alegro de que la protagonista de tu historia haya podido saborearla…
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Bastante tarde la saborea, pero como ella misma dice, pese a todo le está agradecida al destino.
Un abrazo.
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Genial, homenaje merecidísimo. Ninguna más. Un abrazo
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Esa era la idea, aunque se trata de un post de hace un año, me pareció muy oportuno.
Un abrazo.
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Fantástico, Carlos. Doloroso, necesario.
Sí, que se lo diga a su hija. Es casi un deber prevenirla.
Abrazos
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Cruda realidad. Yo creo que ya no debe callar más y su hija tiene el derecho a saber que tipo de padre tenía aunque sea doloroso enterarse.
Un abrazo.
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